Porque soy catolico

aceptaban esas modas, y yo quería formar parte de la era de la ciencia. Nunca llegué a ser un espiritualista, pero casi siempre defendí su práctica. Hice ejercicios con un tablero de güija, lo bastante al menos para acabar convencido de que a veces suceden cosas que difícilmente pueden ser consideradas naturales. Desde entonces me he acostumbrado, por razones que sería excesivamente prolijo detallar aquí, a considerarlas no tanto sobrenaturales como no naturales y aun antinaturales. Creo que aquellos experimentos no me hicieron ningún bien, y pienso que son dañinos también para cualquiera que se dé a su práctica. Pero esto es algo que descubrí mucho antes de mi descubrimiento de la Iglesia católica o de la correspondiente doctrina católica. Sólo que, como ya he observado, el descubrimiento producía en mí siempre una gran impresión, ya que no se trataba de que la religión confirmara que yo estaba en lo cierto, sino que ella estaba en lo cierto cuando yo estaba equivocado. Quiero recordar, eso sí, que en ambos casos los tópicos al uso son sencillamente falsos. No es verdad que la Iglesia haya anulado mi conciencia natural, y en ningún momento me ha exigido que abandone mi ideal personal. Tampoco es cierto que el colectivismo jamás fuera ese ideal. De hecho, no creo que llegara a ser el ideal de nadie en concreto. Porque no era un ideal, sino un compromiso adquirido, una concesión a los economistas que nos decían que era imposible luchar contra la pobreza sin emplear unas armas extrañamente parecidas a las de la esclavitud. El socialismo de Estado no fue nunca una realidad natural para nosotros, nunca logró convencernos de que lo era, tan sólo pudo convencernos de que era necesario. Asimismo, el espiritualismo no pareció nunca una realidad natural, sino sólo necesaria. Tanto el uno como el otro se empeñaban en decirnos que eran la única vía para llegar a la tierra de promisión, en un caso situada en una vida futura, en el otro en la vida del futuro. No teníamos gusto por las oficinas del gobierno ni por las boletas y registros, pero se nos decía que sólo mediante esas cosas alcanzaríamos una sociedad mejor. No nos gustaban los cuartos oscuros ni los médiums dudosos ni las damas atadas con cuerdas, pero se nos decía que esa era la única vía para acceder a un mundo mejor. Estábamos dispuestos a arrastrarnos por una cañería municipal o un albañal espiritual porque sólo así mejorarían las cosas, incluso porque era la única manera de demostrar que esas cosas eran mejores. Pero la cañería nunca llegó a figurar en nuestras fantasías como una torre de marfil o una mansión de lujo, ni tan siquiera como el torreón de los ladrones de nuestra imaginativa infancia o la sólida y confortable casa de nuestra vida adulta. Nuestra fe no sólo había estado siempre en lo correcto, sino que lo había estado por completo, de la primera a la última de todas esas cosas, y también respecto de nuestros más puros instintos y nuestras experiencias más inapelables. Lo único que se permitió condenar fue un interludio de esnobismo intelectual y entrega al poder de persuasión de la pedantería. Sólo condenaba lo que nosotros mismos habríamos acabado condenando, aunque lo hiciéramos demasiado tarde. Página 87

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