Porque soy catolico

para entrar en ese laberinto. Y esa guía ha sido compilada partiendo de la base de un conocimiento que, aunque humano, guarda poca semejanza con cualquier humano. No existe ningún otro caso de institución que haya estado pensando sobre el pensamiento durante más de dos mil años. Y esa experiencia abarca a casi todas las experiencias posibles; en especial en lo que a los errores se refiere. El resultado que se obtiene es un mapa en el que todo callejón sin salida y toda ruta equivocada están marcados con claridad; así como todos los caminos que se han demostrado inútiles ante la mejor de las evidencias: la evidencia de quienes ya los han recorrido. En ese mapa de la mente los errores marcados son una excepción. La mayor parte del mismo consiste en parques de juego infantil y felices cotos de caza donde la mente dispone de tanta libertad como guste; no se acota el número de campos de batalla de carácter intelectual en los que la lucha esté indefinidamente abierta e indecisa. Sin embargo, se asume la responsabilidad de marcar las rutas que se sabe con certeza que no llevan a ninguna parte o conducen directamente a la destrucción, a una pared en blanco o a un abrupto precipicio. Es decir, se previene a los hombres de desperdiciar su tiempo o malgastar sus vidas por senderos que ya se han demostrado fútiles o desastrosos una y otra vez en el pasado, pero que podrían volver a atrapar a quienes pretendieran recorrerlos una y otra vez en el futuro. La Iglesia se responsabiliza de advertir a la gente sobre ellos; ahí radica la verdadera cuestión. Hace una dogmática defensa de la humanidad frente a sus peores enemigos, esos ancestrales y horribles monstruos de los viejos errores. Ahora, todos esos falsos planteamientos pueden aparecer con aire renovado, especialmente para una nueva generación. Su primera aparición siempre suena inofensiva y convincente a la vez. Pondré sólo dos ejemplos. Parece inofensivo decir, como suele afirmar la mayoría de la gente de ahora: «Las obras sólo son equivocadas si son malas para la sociedad». Sigue esta afirmación y tarde o temprano te encontrarás con la falta de humanidad de una ciudad-pagana o una ciudad- colmena, donde se impondrá la esclavitud como el más barato y seguro sistema de producción, torturando a los esclavos como prueba de que el individuo no es nada frente al Estado, afirmando que un hombre inocente debe morir por la gente, tal y como hicieron los asesinos de Cristo. Quizá entonces retomarás los conceptos católicos y encontrarás que la Iglesia, que también dijo que nuestro deber es trabajar para la sociedad, se mostraba a su vez en contra de la injusticia individual. También suena muy piadoso decir: «Nuestro conflicto moral debería concluir con la victoria de lo espiritual sobre lo material». Vuelve hacer caso de esta afirmación y puedes llegar a la locura de los maniqueos, asegurando que un suicidio es bueno porque es un sacrificio; que una perversión sexual está bien porque no genera vida; que el demonio hizo el sol y la luna, dado que son materiales. Entonces podrás empezar a entender por qué el catolicismo insiste en la existencia tanto de espíritus buenos como malos; y que lo material también puede ser sagrado, como lo es la Encarnación o la Misa, el sacramento del matrimonio o la resurrección del cuerpo. Página 97

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